por opción propia, ayer fue mi último día de trabajo. así lo decidí
porque estoy físicamente agotada y psicológicamente me siento demasiado
torpe para hacer lo que me pide. sí, limpiar será básico, pero odio
pensar que si hago bien lo requerido, me estaré preparando para algo que
jamás ha estado dentro de mis planes: ser una flamante dueña de casa.
no sir, no sirvo.
siempre pensé que al trabajar en una pastelería, nada interesante iba a suceder, come on,
solo es un lugar donde los hambrientos buscan saciarse y los diabéticos
matarse un poquito más, pero era más que eso. es increíble como llegas a
conocer parte de la idiosincrasia del chileno medio con la sarta
de incoherencias que pueden llegar a decir las personas por el hecho de
establecer una micro conversación mientras escogen un trozo de azúcar
con manjar y frutas congeladas.
por ejemplo, ayer se me ocurrió escuchar atentamente a un señor sin
nombre (es lo raro de las tiendas, le hablas a decenas de personas en
tono familiar, siendo que en tu vida los has visto y solo quieres que te
compren algo y se vayan del lugar con ganas de volver) que hablaba
acerca de lo rápido que pasa el tiempo, mandándose una cuña de aquellas:
” Si po’h, que ha pasado rápido el tiempo, si es como dijo Miguel de Unamuno, la vida es sueño”.
siempre me he preguntado por qué la gente que habla bonito piensa que
puede decir lo que quiera, como si me fuera a convencer que no fue
Calderón de la Barca quien dijo esas palabras, solo porque un potencial
cliente lo dijo tan convencido. En el momento solo sonreí, con esa cara
que bien puede significar “tiene toda la razón” como también “pobrecito,
dejemos que hable”.
pero hay más tipos de gente rara en la pastelería, me refiero a los
trabajadores que se encargan de llevar stock de diferentes marcas. todos
tienen palm o blackberry y se dirigen a ti con un “buenas tardes” que
suena a “buenas compras”, se dedican a observar todo el lugar para
lanzar frases ensayadas en la oficina de Coca Cola Polar mientras la
secretaria les llevaba el capuccino diario.
la gente de Coca Cola es rara. muy rara. o quizás, nunca me había
encontrado con personas tan pendientes de vender todo el tiempo o de
tener la habilidad de dar vuelta todos los temas de conversación en
tópicos relacionados a la gaseosa aquella. miran el puesto de productos
Evercrisp (parte de pepsico snacks, que ya saben a qué otra
gaseosa pertenece) y dicen: “esto no se vende. podríamos aprovechar de
poner otro cooler de Coca Cola acá, no le parece?”. yo solo lanzo una
mirada de supuesta adolescente ignorante con un promisorio futuro como
profesional del servicio.
pero lo anterior dicho es nada comparado con lo vino después, luego
de observar las cajas con marraquetas (que también me pidieron otros
clientes como “coliza, pan batido, francés, normal y quizás qué otros
nombres) de la tienda, y con cara de comerciantes emergentes,
dispararon:
“A mí me gustaría que cada kilo de pan, se vendiera como una Coca Cola”
lindo. pues, a mí gustaría que cada kilo de pan se vendiera solo,
pero no podemos tenerlo todo, y por eso renuncié. nunca más comeré
dulces de allá, los manosean y dejan los más antiguos adelante para que
una se los coma y les encuentre gusto a añejo. no, pensándolo bien,
siempre me gustó más la comida salada. ahí está el por qué.
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