Desde la Caseta verde.

Verde y con rayas amarillas. Cuatro paredes pintadas y un señor encerrado adentro. Al frente del colegio hay un kiosco que atiende un señor viejo, que vive su propio reality show vendiendo chocolates a los púberes que quieren olvidarse de que hay prueba en 10 minutos más. Eso es a lo que ellos le llaman vida, porque al llenarse la cara de espinillas y pensar en el futuro, no llegan a ninguna conclusión. Por más tests que les aplique la profesora de Orientación no llegan a nada. “Es que no me gusta nada”, dicen, y desvían la mirada. Se demoraron más que mucho tiempo para contestar preguntas sobre gustos personales. Se perdieron en Messenger y van a las discos de moda para olvidar sus rojos en Química. No saben que hay un mundo diferente tras ese uniforme gris y apagado, porque su mayor anhelo es que llegue el aniversario y perder clases. Capear, como sea.

Al señor del kiosco no le interesa la vida de aquellos ilusos. Mientras tengan 10 pesos y compren un chupete, son sus mejores amigos. Y es que desde mi ventana plástica creo que todos esos sueños que tuvo de niño se le perdieron al momento de ver su bolsillo. Y así es. Terminó en una caseta y su mayor pasatiempo es releer los diarios, o en su defecto, mirar las páginas de espectáculos y farándula. Él debe haber nacido con pensamiento radical, quizás disfrutó con algún tango de Gardel y alucinó con alguna voz de radioteatro. O quizás no. Quizás siempre vivió la claustrofobia que ese kiosco le brinda. Quizás le gusta estar solo, quién sabe. Él no nació en esta generación podrida donde pocos son los que brillan (porque los demás no tienen intención de hacerlo) no tiene idea cómo funcionan los blogs, y no lo culpo. Después de todo, la tecnología lo pilló, pero está bien, porque al final lo único “antiguo” en esa calle es él. Y cuando demuelan el colegio seguirá un tipo con lentes que leía los diarios. Él es el único personaje que seguirá ahí, cuando salgamos de Cuarto y nos olvidemos que fuimos al colegio será él, el señor del kiosco.